La necesidad era clara: infiltrar un micrófono en territorio enemigo sin que se enterasen, ya que cada vez era más dificil colar espías. Eligieron a un gato, por su facilidad de meterse por todas partes sin levantar sospechas y por su tamaño (otra opción hubiese sido una rata, pero el tamaño de la tecnología de la época no era compatible con el tamaño del roedor).
Porque ¿Quien va a sospechar, espía o no, de un gato que pasease por alli, mientras se transmite información sensible?
El proyecto se inició en 1961, y durante cinco años sometieron a un gato a diferentes operaciones, introduciendole en el cuerpo baterías, micrófonos en las orejas, y una antena por la espina dorsal hasta la cola. También lo adiestraron para minimizar al máximo sus instintos y ejecutar las misiones adecuadamente. Y como el ansia de comer de un gato es tan grande como su predisposición a dormir, le sometieron también a cirugía para eliminarle la sensación de hambre y se centrase.
En el año 1966, el gato acustico había superado las pruebas y estaba listo para lanzarlo a misiones reales. Empezaron con un objetivo cercano, una escucha a dos espías rusos que iban a reunirse en un parquecito al lado de la embajada rusa en Washington DC. Soltaron al gato en las cercanías, pero al cruzar la calle mientras se dirigía al lugar, surgió un imprevisto que seguramente a todos se le había pasado por alto: un taxi lo atropelló, echando por tierra cinco años de trabajo y 20 millones de dólares que costó el proyecto.
Tras el desastre, la CIA canceló el proyecto, ya que era demasaido costoso como para que se pífie, lamentablemente, con tanta facilidad. Según alegaron, «los factores ambientales y de seguridad que concurren en el uso de esta técnica en una situación real, nos obliga a concluir que para nuestros propósitos no sería viable».
